Con Marina Abramovic a la cabeza, la disciplina vive un auge en el mundo. En Chile está vigente pero es casi invisible.
Siempre al límite, la artista serbia Marina Abramovic ha puesto su integridad en peligro más de alguna vez por motivos artísticos. Una de las más famosa fue en 1974, cuando en una galería de Belgrano desplegó 72 objetos sobre una mesa e invitó al público a usarlos contra ella. La mayoría eran inofensivos: plumas, flores, aceite de oliva. También había un revólver. “Estaba preparada para morir”, ha dicho Abramovic.
Sindicada como la “abuela de la performance”, Abramovic ha armado su obra sobre la base de la complicidad con el público. Hoy a los 67 años, lo vuelve a hacer: desde hace una semana, y durante dos meses, la artista deambulará por tres salas de la Serpentine Gallery de Londres, donde interactuará con los asistentes, a quienes obliga a abandonar sus pertenencias tecnológicas fuera del museo. Según la revista Time, cada día se hacen largas filas de horas para entrar a la galería.
Marina Abramovic es la cara más visible y exitosa de la performance mundial que por estos días vive un auténtico auge: la semana pasada ArtBasel, la principal feria de arte del mundo, dedicó 14 salas para desarrollar distintas performance ideadas por artistas como Damien Hirst, John Baldessari, Santiago Sierra y la propia Abramovic, hecho inédito y curioso teniendo en cuenta que este tipo de arte no es comercial.
Surgida a principios de los 60 en EE.UU., la performance suele desarrollarse con controversia en los márgenes del arte y con límites siempre difusos. Primero estuvo ligado a los Happenings, acciones de improvisacion surgidas desde el teatro, para luego devenir en otras formas de expresión corporal como el body art o el arte relacional. En la performance, la característica central es la interacción con el público y del elemento central se suele utilizar el cuerpo muchas veces desnudo de los ejecutantes. Lo que se busca es el impacto visual y el desplazamiento de las identidades.
En la escena internacional la performance fue protagonizada por figuras como Yoko Ono, Joseph Beuys, John Cage y Marcel Duchamp. A Chile la tendencia llegó por lo menos con una década de atraso, pero quienes se dedicaron a ella quedaron instalados en la cúpula del arte local.
Entre ellos está el grupo CADA, con Diamela Eltit, Raúl Zurita y Lotty Rosenfeld, quienes partieron en 1979 repartiendo leche en poblaciones pobres de Santiago; Carlos Leppe, quien expuso su identidad sexual vistiéndose con vestidos, gasas y semidesnudo en El perfechero, o Las Yeguas del Apocalipsis, colectivo integrado por Pedro Lemebel y Francisco Casas, quienes protagonizaron una serie de acciones, entre ellas una escenificación travestida del cuadro Las dos fridas de Frida Kahlo. Todos ellos ocuparon la performance como herramienta para hacer un arte más político que denunciara la violencia del régimen de Pinochet y cuestionara el propio arte, partiendo por Francisco Copello, el primer chileno que hizo performance a fines de los 60 en EE.UU.
Hoy la disciplina sigue vigente en el país: acaba de abrirse en el MAC del Parque Forestal y en el Museo de Bellas Artes un ciclo de performances protagonizado por mujeres bajo el título de New maternalism, curada por la canadiense Natalie Loveless y la chilena Soledad Novoa. Sin embargo, para el investigador Mauricio Barría, esa vigencia está cruzada por la invisibilidad. “Hay una escena bullante de artistas jóvenes y el contexto de las movilizaciones sociales lo ha posibilitado, pero a diferencia de lo que pasó en los 80, la teoría y los escritos sobre performance son casi nulos, entonces la mayoría de las obras pasa sin pena ni gloria”, explica Barría, quien acaba de hacer su propio aporte al estudio de la disciplina con el libro Intermitencias, ensayos sobre performance, teatro y visualidad (Ed. Universitaria).
En los márgenes
Fue la crítica Nelly Richards quien bautizó a los artistas de performance de los 80 como Escena de Avanzada y fueron sus textos, junto con los del crítico Justo Pastor Mellado, los que dotaron a esas obras de un ropaje teórico, que hoy el director del Parque Cultural de Valparaíso desconoce. “Hablar de performance en Chile hoy es una perversidad. Las mejores performances están en los libros de historia del arte. La performance me parece cada vez más decorativa y ostentosamente propagandística”, dice Mellado.
A mediados de los 90, la débil posta de la performance local la toma Gonzalo Rabanal y Alexander del Re, quienes intentaron sin mucho eco instalar un circuito. El primero lo logró recién en 2002 con la bienal internacional de performances Deformes. “Durante la transición política el cuerpo entra en una deflación y lo que es más grave se genera una exclusión del ámbito académico y museal. Fue una época de oscurantismo y se trabajó desde la más extrema marginalidad. Deformes se transformó en una plataforma real y hoy tenemos un público in situ y virtual que participa y dialoga”, señala Rabanal.
Hoy la lista de performeros herederos es larga y sus obras poco difundidas; sin embargo para muchos esta característica marginal es parte del atractivo de la disciplina. Es el caso de Alejandra Ugarte, que bajo el seudónimo de senoritaugarte, hará una performance hoy en el MAC del Parque Forestal, donde explora su cuerpo a partir de la experiencia de la maternidad. “La performance es capaz de plantear temas actuales, como el aborto o el abuso, y que pueden ser fácilmente entendibles por todos, en eso trabajo. Su registro en el tiempo no es primordial, para mí la performance hay que vivirla, si no es difícil comprender su alcance y dimensión”, dice Ugarte.
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