lunes, 21 de julio de 2014

La irreverente obra de Joseph Beuys, el chamán del arte, aterriza en Chile.
Fuente: latercera.com

Gran figura de la posguerra, el alemán intentó acercar la cultura a la gente común a través del asombro y el absurdo.

Joseph Beuys (1921-1986) lo tenía claro. La crisis provoca catarsis, y la catarsis, genialidad. Lo supo desde que el avión de combate de la Luftwaffe en que viajaba, como tripulante durante la II Guerra Mundial, cayó derribado en Crimea, en 1944. El mismo contó varias veces cómo había estado a punto de morir congelado, cuando un grupo de tártaros lo salvó, arropando su cuerpo con miel, grasa y fieltro. Aunque nunca se tuvieron pruebas fehacientes de que el accidente haya sido real, la historia se convirtió en el punto inicial del mito que ayudó a Beuys a transformarse en artista. Y no en cualquiera, sino que en uno de los más influyentes de la posguerra.

Fueron la crisis en Europa, la derrota alemana y la podredumbre humana el contexto esencial para que emergiera la obra irreverente de Joseph Beuys. Tras sus estudios de arte en la Universidad de Düsseldorf, el alemán integró a mediados de los 60 el grupo Fluxus, con quienes realizó las primeras performances, que tuvieron como objetivo derribar los límites tradicionales del arte. 

Su primera obra personal apelaba a la dificultad para comprender el arte con una performance muy singular: en 1965 Beuys, con la cabeza bañada en miel y hojas de oro, se paseó por la galería Alfred Schmela, en Düsseldorf, con una liebre muerta en brazos, a la cual le hablaba sobre los cuadros colgados en las paredes. De nuevo, allí la crisis y la catarsis fueron fundamentales. Interesado en la filosofía, la alquimia, el chamanismo y la antroposofía, para Beuys todo podía convertirse en un rito artístico y catártico, con el cual abrir las mentes de los espectadores.

A casi 30 años de su muerte, a causa de una falla cardíaca, lo que queda de Beuys sigue siendo su leyenda (la que él mismo inventó y la que los historiadores del arte promovieron) y los restos de sus obras: registros de sus aktions (como llamó a sus performances), y una serie de dibujos, fotos, objetos, esculturas e instalaciones.

Más de 90 de sus creaciones se exhibirán desde este martes en Chile, cuando el MAC de Parque Forestal abra a público la muestra Joseph Beuys, obras 1955-1985, tras presentarse enla Fundación Proa, de Buenos Aires, a inicios de año.

Aunque no es primera vez que obras del alemán llegan al país (en 2010 hubo una muestra gráfica en el Mavi) la exposición, auspiciada por Banco Itaú y curada por los expertos Silke Thomas y Rafael Raddi, es uno de los recorridos más completos por la obra del alemán. Entre las piezas centrales está el registro de la performance ¿Cómo explicar el arte a una liebre muerta? (1965), además de otros videos, con los que Beuys cautivó a una generación de artistas y escandalizó al público. Por ejemplo, Yo quiero a América y América me quiere a mí (1974), que muestra el encierro del artista con un coyote salvaje, durante tres días, en una galería alemana. La idea fue desarrollar un juego de confianza, donde hombre y naturaleza pudiesen convivir juntos, hasta aceptarse por completo. La performance resultó luego de que Beuys aceptara viajar por primera vez a EE.UU., país que se había negado a visitar por su oposición a la Guerra de Vietnam. 

Allí conocería nada menos que a su colega Andy Warhol, padre americano del pop art, quien al igual que Beuys apeló al común entendimiento del arte y le otorgó valor de pieza de museo a objetos cotidianos. Su efecto social fue, eso sí, totalmente opuesto.

A diferencia de Warhol, a Beuys la belleza y el glamour no le interesaban y prefería usar el asombro, el absurdo e incluso el rechazo para remecer conciencias. Esperaba, claro, que superadas esas primeras impresiones, para nadie fuese imposible comprender su mensaje. Sus objetos aludían a su propia historia y acciones artísticas, como el mito que le dio vida: grasa, fieltro y miel fueron algunos de sus materiales recurrentes. En la muestra se exhiben varias piezas así: Trineo, obra que cuenta con un “kit de sobrevivencia” para el hombre contemporáneo: una fuente de luz, una manta y una fuente de calor, la grasa; Traje de fieltro, que recuerda a la cobija que le entregaron los tártaros, y Bastón de acción, otro fetiche del artista, usado tanto en su vida cotidiana como en sus performances.

Su obra, de rasgos ritualistas y chamánicos, tendría un eco real cuando Beuys hizo política: fundó la Universidad Libre (entre 1973 y 1988), junto al premio Nobel Heinrich Böll, donde promovió la enseñanza del arte y la ciencia, y luego, preocupado de la defensa del medioambiente, fue uno de los fundadores del Partido Verde alemán. Una performance de esos años fue colorear las aguas contaminadas del Rin, que luego conservó en varias botellas. Una de ellas llega a Chile.

Para fines de los 70, el mito de Beuys y su cruzada social del arte habían convencido al establishment. Documenta Kassel lo acogió desde mediados de los 60 y en 1979 tuvo su primera retrospectiva en el Museo Guggenheim de Nueva York. Luego vinieron muestras en Italia, Inglaterra y Japón. A Latinoamérica, sin embargo, su obra llegaría tarde, recién en los 2000, gracias a Deutsche Bank, aunque no incluyó lo más fundamental: sus performances y objetos, que recién hoy se podrán ver en el Museo de Arte Contemporáneo.

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